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Rosa es la naturaleza no domesticada. Su patio de atrás no es un jardín como los que caminaba y cuidaba María, la mujer ejemplar del proyecto nacional. No es ordenado y armónico, no está lleno de lindas y delicadas flores. Lo que crece en la casa de Rosa crece de manera libre: ningún arbusto está podado en forma de corazón, no hay un camino de piedras para caminar sin ensuciarse los zapatos de tierra. Rosa, como sus matas, ha crecido desde que tiene 17 años libremente.

Decidió aprender carpintería cuando su esposo, enfermo, no podía trabajar en el taller. Además de aprender un nuevo oficio para así poder darle de comer a su familia, tenía que trabajar el doble para esconder que podía, que era capaz. Como dice ella misma, “al buscar la liberación femenina nos echamos más carga encima”. Se bañaba todos las tardes en la casa de su hermana para no llegar a donde su esposo oliendo a madera. “Ahí empezaron los problemas”, dice Rosa, cuando él llegó sin avisar al taller y se sintió avergonzado por tener una esposa que se creía macho. “Tocó echarlo”, porque sabe que su vida ­–como la de todas las mujeres, pero sobre todo las que nacieron pobres, de color, las que han sido desplazadas– fue y seguirá siendo un constante lucha. Rosa ya no esconde que puede; se ha dedicado a demostrarlo. Por eso cuando dominó la carpintería y la abandonó en parte por el constante abuso que recibía de los hombres de su gremio, aprendió zapatería y fue de las primeras personas en remontar tenis. Por eso aprendió después a construir y a cultivar. Por eso me recibe con su ropa de trabajo, su pelo recogido, llena de aserrín y con un taladro en la mano.

Detrás de todo ese “monte”, de todas las matas que se mezclan unas con otras, hay mucho trabajo, mucho conocimiento. Ella sabe perfectamente dónde crece cada cosa y más aún sabe dónde debe crecer cada cosa, para que unas especies con otras se ayuden y se protejan. Es este conocimiento el que le permite cultivar sin usar ningún tipo de insecticidas, “venenos”. Ella sabe que los monocultivos son peligrosos, que son vulnerables a plagas y por eso no cultiva nada por surcos. En cambio, planta juntas a las especies que necesitan una profundidad similar de tierra. La manera en la que Rosa trabaja la tierra va en contra de los lineamientos y regulaciones de la ley colombiana. “Nosotros no tenemos ningún tipo de financiación porque somos ilegales”. Pero a Rosa, ser ilegal la tiene sin cuidado. Ella sabe que las regulaciones del gobierno restringirían de manera significativa la ayuda que puede brindar a la comunidad con su modelo, que rechaza los paquetes de agroquímicos que destruyen los suelos y matan sus microorganismos y que no se atiene a las prohibiciones que llegaron al campo alrededor de la firma del TLC. “Nosotros vivimos de la reciprocidad de las otras personas. [...] Es mejor que esperar a que el gobierno me financie un proyecto condicionado con toda la norma de prohibición. Entonces, yo prefiero no recibir nada de parte del gobierno para poder ser autónoma”. La autonomía y la autosuficiencia son importantes valores políticos y ambientales en el proyecto de Rosa.

La semilla está en el centro de la filosofía de Rosa. Mostrándome uno de los guacales de poca tierra me cuenta que de cada lechuga española criolla se pueden sacar 500 semillas. “Si la gente hace el trabajo inicial de cuidar 5 o 10 semillas que yo le doy, se pueden tener miles de semillas y pueden seguir multiplicando y dándole a otras personas”. La semilla es la abundancia en potencia. “Creemos que sin semillas no podemos hablar de soberanía ni de seguridad alimentaria, y mucho menos de autonomía, porque no somos autónomos de decir qué comer, cuándo comer, qué cultivar y para quién cultivar. La lucha ahora es por la semilla”.

Sin embargo, la ley colombiana mira a otra dirección. La resolución 970 del 2010 del ICA determinó que está prohibido el uso de toda semilla no certificada. Las justificaciones de esto son los riesgos fitosanitarios que supuestamente implica la no certificación. Sin embargo, lo que implica es que los campesinos tienen prohibido el almacenamiento de parte de su propia cosecha para usarla como semilla.  El documental 9.70 de Victoria Solano hace una conexión entre esta determinación del ICA y el TLC con Estados Unidos que entraría en vigencia en el 2012. Solano hace una denuncia: la resolución 970 estaba garantizando la dependencia del campesinado a las empresas, especialmente las estadounidenses, que representan la mayor parte de las semillas certificadas. Como me lo explicó Rosa, el uso de la semilla de la propia cosecha es una práctica completamente necesaria que además va de la mano con el propio funcionamiento de las plantas y su ciclo. Pero más importante aun, es una práctica de la cual dependían, según 9.70, 3.500.000 familias campesinas.

El problema de fondo es que esta determinación no protege a los campesinos ni tampoco a los consumidores; protege a las empresas: “La 970 defiende los derechos de autor de las empresas que producen la semilla. Por eso considera que al reutilizarla el campesino está violando los derechos de autor de la empresa productora, obligando así a los agricultores a tener que comprar semilla cada vez que siembran”, dice Solano. La 970 le dio el poder de la semilla a la industria y así le garantizó el control de la agricultura y de la alimentación.

Como si esto no fuera lo suficientemente absurdo, las acciones que llevó a cabo el gobierno para garantizar el cumplimiento de ley fueron aun más descorazonadoras. El documental del Solano gira alrededor de la intervención en Campoalegre, municipio productor de arroz por excelencia, en la cual se confiscaron toneladas de arroz seleccionado, de excelente calidad, se destruyeron los bultos y se llevaron a un relleno sanitario en Neiva y fueron desechados. ¿De qué manera se puede justificar el quitarle el alimento a quienes lo han trabajado? ¿Y cómo justificar que se deseche comida –en sólo un año desde el paso de la resolución se incautaron 2.257.000 de toneladas de semilla de las cuales el 57% fueron destruidas– cuando en el 2010 la tasa de desnutrición infantil crónica en Colombia era del 13.2%?

La decisión de Rosa de no usar ningún tipo de pesticidas está íntimamente relacionada con este problema. La venta por parte de las empresas productoras de semillas a los campesinos generalmente está condicionada a la venta de paquetes de agroquímicos que son necesarios para que la variación de semilla que se está desarrollando sea efectivamente de alto rendimiento. Según Ati Quigua, representante indígena del pueblo arhuaco entrevistada en el documental, esto implica un desmejoramiento de la semilla, pues estás son vulnerables a plagas y no pueden adaptarse a las condiciones del ambiente.

 Lo que hace Rosa en su casa es un acto de resistencia. En su ilegalidad, le está haciendo frente al absurdo de la 970 y a la violencia simbólica que implica quitarle a los campesinos, al pueblo, la semilla. Sembrando y cosechando su propia comida, manteniendo el ciclo centrándose en la semilla, está prescindiendo de las industrias, de los intermediarios. Está alimentando, dando 5 o 10 de sus semillas, a muchos otros, que como ella, en la ciudad y en el campo, no se sienten protegidos por su gobierno.

La otra gran lucha de Rosa es la de demostrar que es posible hacerse cargo de los propios residuos. Uno de los más grandes problemas ambientales, considera Rosa, es el mal manejo de los residuos humanos. Rosa convirtió un basurero en un su hogar, en un lugar que es suyo y que comparte con el que quiera ir, aprender, trabajar. Un lugar dedicado a los desechos es ahora en las manos de Rosa un lugar en el que todo residuo se aprovecha. La tierra de la que salen las plantas más sabrosas y aromáticas, la humanaza, viene del baño. La aplicación del compostaje humano tiene grandes beneficios para la tierra y a pesar de esto existen todo tipo de mitos alrededor que han impedido que se extienda su aplicación.

Además de su uso de residuos, Rosa contribuye a la no creación de desperdicio conociendo de manera cuidadosa todo lo que crece sin descartarlo de manera inmediata como maleza. Todas las platas tienen una función en el ambiente donde crecen. Rosa hace investigaciones y les da siempre un uso. Esto la ha llevado a encontrar maneras de preparar de manera adecuada cosas que comúnmente no se consumen, como la ortiga. Rosa está comprometida con la experimentación para el avance de su sector y para encontrar formas más eficientes de generar alimento para quienes lo necesitan y al mismo tiempo reducir a lo mínimo su impacto medio ambiental.

Rosa Poveda se despierta todos los días a las 5 de mañana, “últimamente que he estado perezosa”. Hoy está recuperándose de un momento económico ocasionado por problemas de salud. Está llevando a cabo múltiples proyectos además del mantenimiento de su granja, como la creación de piezas funcionales y artística en madera, la fabricación de bolsas de tela de producto local para acabar con el uso de las bolsas de plástico, la organización de jornadas de cocina colectiva y alimentación en barrios con alta condensación de habitantes de la calle, entre otras muchas cosas que no tuvo tiempo de contarme. Todas sus luchas son de toda su vida, “con los hombres y con la ilegalidad” dice ella riéndose, y contra una ley que lleva 17 años en vigencia. “Yo soy guerrera porque si no me guerreo todos los días la comida de mis hijos, me jodo de hambre, para sobrevivir, aquí no se vive, aquí se sobrevive”. Rosa, todos los días trabajando, todos los días está parando.

Rosa Poveda

Rosa Poveda

La Granja

La Granja

Las Herramientas

Las Herramientas

Logica de "La Granja"

Logica de "La Granja"

No ha sido fácil

No ha sido fácil

Yo mando

Yo mando

La Semilla

La Semilla

La Favorita

La Favorita

Las Abejas

Las Abejas

Ortiga

Ortiga

Sus plantas

Sus plantas

El Ají

El Ají

Una Duda

Una Duda

DOÑA ROSA Y SU HUERTA

Maria Gabriela Villamizar

"Food & Environment" es un proyecto creado por estudiantes de la clase "Taller de medios digitales y multimedia" de la Universidad de Los Andes - Colombia.

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